Bienvenidos a este blog que tiene como objetivo facilitar el aprendizaje de la lectura y escritura para los niños, también actividades que tanto los docentes como apoderados pueden realizar con ellos.

"Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para las dificultades de la vida." (Pitágoras)

jueves, 29 de noviembre de 2012

Lecturas sugeridas por el Ministerio de Educación para 4° Básico


                              El minotauro: Mito Griego


Minos era hijo de Zeus y de Europa. Se convirtió en rey de Creta con ayuda de Poseidón, dios de los mares y éste le envió un espléndido toro para que lo sacrificara en su honor. Pero Minos sacrificó un animal menos impresionante, con lo que despertó la ira del dios. Para vengarse, Poseidón indujo a Pasifae, esposa de Minos, a enamorarse del animal. Para satisfacer su pasión, Pasifae pidió ayuda a Dédalo, un ingeniero ateniense alojado en la corte de Minos, quien construyó una vaca de madera hueca, de forma que Pasifae pudiera esconderse en su interior. Así consiguió aparearse con el toro y de esta unión antinatural nació el Minotauro, un ser monstruoso mitad hombre, mitad toro. La ira de Poseidón no tenía límites y continuó haciendo que el Minotauro se alimentara sólo de carne humana y conforme crecía era más y más salvaje. Minos ordenó a Dédalo que construyese un laberinto para alojar en él al monstruo, dejando prisioneros al constructor y a su hijo Ícaro (DEDALO E ICARO).
Por aquel entonces, uno de los hijos de Minos, Androgeo se encontraba en Atenas participando en una competición olímpica de la que resultó ganador. Los atenienses le asesinaron y por ello el rey de Creta les declaró la guerra. Al mando de los atenienses se encontraba el rey Egeo. Minos atacó el territorio y, con la ayuda de la peste que asoló Atenas, salió vencedor. La victoria de Minos impuso varias condiciones y, se dice que, el oráculo de Delfos fue quien aconsejó a los atenienses a ofrecer un tributo a Creta. Una de las condiciones era entregar a siete jóvenes y siete doncellas como sacrificio al Minotauro. Existen dos versiones, en una el tributo era enviado anualmente y en otra alude a que la entrega se efectuaba cada nueve años. Fuese como fuese, los catorce jóvenes eran abandonados a su suerte dentro del laberinto donde acababan devorados por el monstruo. 
Años después, Teseo, hijo de Egeo (en otras fuentes de Poseidón), se dispuso a matar al Minotauro y así liberar su patria del impuesto. Egeo le dijo que si volvía con vida, cambiara las velas negras con que los barcos retornaban de la isla por otras para darle la noticia de su victoria. Al llegar a Creta, los jóvenes fueron presentados a Minos y Teseo conoció entonces a Ariadna, una de las hijas del rey. Ariadna se enamoró de él y le rogó que se abstuviera de luchar contra el Minotauro pero Teseo la convenció de que él podría vencerle con su ayuda. Ariadna ideó un plan; le entregó una punta de hilo muy largo advirtiéndole que no lo soltara en ningún momento, para poder seguirlo de vuelta (hay versiones que apuntan a que también le dio una espada, mientras otras dicen que la espada la llevaba Teseo) El héroe y los demás jóvenes entraron en el laberinto y horas después se encontraron con el Minotauro. Teseó luchó contra él y lo derrotó. Para salir del laberinto, siguió de vuelta el hilo de Ariadna y guió a los demás. Cuenta la leyenda que Ariadna y él partieron hacia Atenas, pero Teseo la abandonó a su suerte en la isla de Naxos. Cuando el barco llegaba a Atenas, Teseo no recordó la promesa hecha a su padre de cambiar las velas, por lo que éste, creyendo muerto a su hijo se arrojó al mar, dándole su nombre a partir de ese momento.





                       El copihue: Leyenda Mapuche

En lengua mapuche al copihue se le llama “Copiu”. La leyenda dice que su nombre nace de una trágica historia de amor entre jóvenes mapuches de tribus rivales: 
“Hace muchos años, cuando en Chile la tierra de Arauco era habitada por pehuenches y mapuches, vivía una hermosa princesa mapuche, llamada Hues, y un vigoroso príncipe pehuenche, cuyo nombre era Copih.

Copih y Hues se conocieron y enamoraron.  Pero, lamentablemente, sus tribus estaban enemistadas a muerte. El mayor de los problemas era que Copih y Hues se amaban y para verse sólo podían encontrarse en lugares secretos de la selva. Sin embargo, un día los padres de ambos se enteraron y se enfurecieron… y no se quedaron de brazos cruzados.
Copiñiel, el jefe de los pehuenches y padre de Copih, y Nahuel, jefe mapuche y padre de Hues, se fueron cada uno por su lado hasta la laguna donde ambos enamorados se encontraban.
El padre de Hues, cuando vio a su hija abrazándose con el pehuenche, arrojó su lanza contra Copih y le atravesó el corazón. Tras esto, el príncipe pehuenche se hundió en las aguas de la laguna. El jefe Copiñiel no se quedó atrás e hizo lo mismo con la princesa, la que también desapareció en las aguas de la laguna.

Ambas tribus lloraron por mucho tiempo. Cuando pasó un año, los pehuenches y mapuches se reunieron en la laguna para recordarlos. Llegaron de noche y durmieron en la orilla.
Al amanecer, vieron en el centro de la laguna un suceso inexplicable. Del fondo de las aguas surgían dos lanzas entrecruzadas. Una enredadera las enlazaba, y de ella colgaban dos grandes flores de forma alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve.
Así, las tribus enemistadas comprendieron lo que sucedía. Se reconciliaron y decidieron llamar a la flor copihue, que es la unión de Copih y de Hues.”


Como último dato les cuento que para el pueblo Mapuche, el Copihue es:

Símbolo de alegría, de amistad y gratitud. Resalta como una de las plantas sagradas de los araucanos; los guerreros la veneraban como el emblema del valor y la libertad y los jóvenes como el espíritu tutelar de sus amores.




                                                             La leyenda del Pehuén (Leyenda Mapuche)






Entre los árboles que traen fruta, el buen Dios creó para beneficio de la gente: la araucaria, o como dicen los indios, el pehuén, cuyas cápsulas de semillas con forma de bola o cabeza no consideraban al principio un alimento. 

Los mapuches veneraban la araucaria y la consideraban un árbol sagrado, a su sombra rezaban, le brindaban ofrendas de carne y sangre y humo, salpicándolas con mushai, la chicha dulce o fermentada, lo adornaban con regalos y le hablaban como si fuera una persona y hasta se confesaban con él. 
Las sabrosas pepitas dulces del pehuén quedaban inutilizadas, quizás porque no tenían buen sabor cuando estaban crudas y ellos no sabían prepararlas: de modo que las dejaban tiradas en el suelo, considerándolas venenosas. 

Y ocurrió que el reino de los mapuches pasó por un período de gran hambruna, tanto que murieron muchos araucanos. Los que morían antes que nadie eran los niños y los ancianos. 
Entonces, los viejos de las tribus mandaron a la gente joven en busca de comestibles de distintas clases y a distintas partes: bulbos de lirio y otras flores y plantas, bayas, hierbas y granos de cereales silvestres, raíces amarillas dulces y, naturalmente, también carne de animales salvajes. Pero.... ¿dónde estaba todo aquello, dónde se escondía? 
Casi todos los mozalbetes mapuches volvieron hambrientos sin haber hallado cosas comestibles. Dios, el Grande del cielo, no quiso seguir oyendo el clamor: el Chau no escuchaba las plegarias, se fingía sordo.... Y su gente se moría.... Sólo uno de los emisarios consiguió algo. 

Cuando éste volvía, lo interpeló durante el trayecto un anciano desconocido, ansioso de saber qué buscaba en las montañas en gran parte pobre, arenoso y árido. El joven le confió su pena y la de sus hermanos hambrientos de la tribu y el viejo replicó, con extrañeza: 
-¿No son suficientemente buenos para ustedes los piñones? Caen de los árboles harto maduros ya basta una de sus cápsulas para nutrir a toda una familia.... Pero hay que hervirlos hasta que se ablanden, hervirlos con mucha agua o tostarlos sobre el fuego. Y hay que enterrarlos en el invierno para preservarlos de la helada. 
Después de estos buenos consejos, el viejo de la larga barba desapareció de improviso. 

El joven araucano se llenó el manto de las cápsulas de semillas más grandes que encontró y se las llevó al más anciano de la tribu, junto con el mensaje que le había dado el hombre de la larga barba. 

El anciano y el joven llamaron a toda la gente de la tribu y se habló de lo convenido. Entonces, los más prudentes dijeron: 
-Ese sólo puede ser nuestro Chau, nuestro padre que bajó para nosotros a la tierra a fin de salvarnos. Seguiremos sus indicaciones, no desdeñaremos el regalo que nos permite comer, no obstante ser un alimento que proviene del sagrado árbol que sólo a Él pertenece. 
De inmediato, hirvieron aquellas alargadas frutas en agua buena y otros las tostaron sobre el fuego. Fue un gran festín. 
Desde entonces ya no padecieron escasez, porque los innumerables árboles existentes alrededor del volcán Lanín y sobre él les ofrecieron muchos regalos de esa clase. De esa época datan las fiestas populares, consistentes en un viaje anual de los indios con sus familias a las montañas y regiones de las araucarias a fin de juntar los víveres preciosos para el invierno, katangos y piñones de un color oro oscuro. 


Los guardan bajo tierra, donde se conservan durante todos los veranos frescos y dulces, siendo muchas veces el único alimento de los indígenas. 

Fabrican también la embriagadora bebida llamada chahui (o chawü), hecha con los mejores nguilliu, nombre que les dan a los piñones. 
Pero poco después de la época a que nos referimos, el Dios de los araucanos no bajó ya a la tierra y algunos de nuestros antepasados afirmaron que lo capturaron y mataron los blancos cuando quiso visitar por última vez a sus dilectos hijos araucanos. 

De todos modos los antiguos, cuando rezaban al salir el sol, como lo hacemos hoy todavía muchos de nosotros, sobre todo los más ancianos y los que viven solitarios en lugares poco poblados, tenían y tienen siempre en la mano, en la mano limpia y aseada y bien abierta, una ramita o fruta del pehuén, y dicen: 
-Dado por Ti para no dejarnos morir de hambre. 
¨A Ti debemos nuestra vida y te rogamos, a ti, el Grande, a Ti nuestro padre, que no dejes morir a los pehuenes. 
¨Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes, cuya vida te pertenece, como te pertenecen los árboles sagrados ¨. 
Así saben rezar los ré che, los araucanos de sangre pura a su
Dios y Dueño del mundo.











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