Ciertamente estaba muertecita de hambre cuando encontró unas parras
silvestres de las que colgaban unos suculentos racimos de doradas uvas, debajo
de la parra había unas piedras, como protegiéndolas.—Al fin va a cambiar mi
suerte, —pensó relamiéndose—, parecen muy dulces. Se puso a brincar, intentando
alcanzarlos, pero se sentía muy débil, sus saltos se quedaban cortos los
racimos estaban muy altos y no llegaba. Así que se dijo: —Para que perder el
tiempo y esforzarme, no las quiero, no están maduras.
Pero resulta que si la zorra hubiese trepado por las piedras parándose en dos patas hubiese alcanzado los racimos, esta vez le faltó algo de astucia a doña zorra, parece ser que el hambre no la deja pensar.
Pero resulta que si la zorra hubiese trepado por las piedras parándose en dos patas hubiese alcanzado los racimos, esta vez le faltó algo de astucia a doña zorra, parece ser que el hambre no la deja pensar.
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